Con la novela El espejo de nuestras penas el narrador francés cierra la trilogía cuya primera entrega le supuso el Goncourt
26 ago 2020 . Actualizado a las 12:54 h.Pierre Lemaitre (París, 1951) era un autor de novela negra muy conocido en Francia. Autor tardío, había logrado enganchar a miles de lectores creando un personaje muy peculiar: un policía de solo 1,45 metros de estatura que sufre frecuentes ataques de cólera mientras investiga sus casos, el inefable inspector Camille Verhoeven. Pero en el año 2013 ganó el premio Goncourt con una novela muy diferente, nacida de la tradición picaresca (Nos vemos allá arriba) y adquirió fama en toda Europa. Con esta obra inició una serie de ambición casi balzaquiana con la que quería cubrir todo un siglo. Los colores del incendio fue la segunda entrega y ahora llega El espejo de nuestras penas (Salamandra), ambientada en la primavera de 1940, con los tanques alemanes entrando en Francia. Sobre la novela, la época y su literatura habla en esta entrevista concedida desde la ciudad de París.
-Ha elegido una etapa crucial de Francia. ¿Todavía duele en su país la escasa resistencia presentada, el abandono de millones de personas a su suerte, el Gobierno colaboracionista de Vichy?
-Yo mismo me preguntaba si los franceses querrían oír hablar de eso o si tendrían una imagen poco gratificante de lo sucedido. Me preocupaba la reacción de los lectores, pero creo que los hechos han prescrito. Hace mucho que no se publica nada sobre ese tema y el éxodo de diez millones de personas está poco tratado. Tan poco que casi ha sido olvidado. Esta es una novela sobre el pánico del éxodo.
-¿Esa experiencia sin igual en Europa, el éxodo de diez millones de personas en su propio país, marcó a las generaciones de su padre y su abuelo?
-Hay una especie de memoria colectiva. Algo que quizá se parece a lo que sucedió con la Guerra Civil en España. Son cosas que la generación joven apenas conoce. Como le digo, no ha desaparecido de la memoria, pero los contornos de esas imágenes ya no son muy precisos.
-¿Por qué algo tan dramático está tan poco presente en la literatura? Alguna novela de Irene Némirovski y poco más.
-Es cierto. Es un tema muy poco tratado. La de Irene Némirovski (Suite francesa) es la última gran novela sobre el éxodo y casi la única que ha sido un éxito. No puedo responderle a por qué ha interesado tan poco literariamente. Némirovski lo trata de una manera distinta. Lo aborda desde un punto de vista elegante, casi chic, aunque sea terrible de decir. Ese no es mi planteamiento.
-Solo han pasado veinte años desde el armisticio y los soldados ahora sí son conscientes de que van a una carnicería.
-La actitud con la que fueron a una guerra y a otra era muy distinta. La perspectiva había cambiado en esos veinte años, pero, y a mí es algo que me sorprende, los franceses pensaban que habían ganado la primera guerra, y creían que iban a ganar la segunda. Fue un error colosal. No se dieron cuenta de que la Alemania de 1940 no tenía nada que ver con la de 1914 y los militares no se enteraron.
-¿Explica eso la escasa resistencia ofrecida?
-Creyeron que sería una guerra de posición, como la primera, un conflicto de trincheras. Solo un joven capitán, De Gaulle, dijo que no sería así, que sería una guerra de movimiento y los carros de combate lo cambiarían todo. Nadie le escuchó porque los altos mandos estaban convencidos de que sabían lo que tenían que hacer. Y ahí aparece el segundo problema: los militares fueron incompetentes y tozudos, y se mostraron incapaces de cambiar de estrategia cuando vieron que se habían equivocado. Eran imbéciles.
-Sus novelas hablan de célebres episodios históricos pero no aparecen en ellas grandes personajes. ¿No le interesan?
-En la novela histórica los personajes de ficción se encuentran con los reales. Yo no lo hago nunca. Por eso no sé si las mías se pueden calificar de históricas. Me interesa hablar de la gente corriente, quiero ver la Historia a través de su mirada.
-Una constante en esta trilogía es la corrupción. Sus novelas están llenas de personajes que recurren a ella.
-Es algo que afecta a todas las épocas. Pienso en lo que escribo y concluyo que también ahora hay una clara falta de honradez. Francia es un país perfecto para los timadores, pero como otros. Cuando hay dinero, hay robos; cuando hay impuestos, defraudadores... y así todo.
-Sus personajes son muy contradictorios: estafadores que se juegan la vida por otros y buenas personas que son muy egoístas.
-La literatura puede mostrar siempre que las cosas no son lo que parecen. Nos enseña la realidad y si lo que estamos viendo nos permite comprender lo que sucede o necesitamos algo más. De ahí el gran éxito de Don Quijote, que nunca duda de lo que ve. En la novela aparece una idea muy cervantina: que la realidad no siempre es la verdad.
-Lo que resulta inquietante.
-Cervantes fue el primero en trabajar un aspecto que luego ha sido clave en la literatura: mostrar la contradicción entre lo que parece que vemos y la realidad. Por eso un personaje heroico puede ser débil, y al revés. Nunca sabremos si un personaje, real o de ficción, es capaz de lo mejor o de lo peor, o de ambas cosas.
-Tampoco hay héroes en sus novelas. ¿Ya no es tiempo de novelas de héroes?
-Siempre hay un espacio para los héroes pero han cambiado, ya no se espera de ellos una acción visible. Antes esa actuación marcaba una época. Hoy lo que hagan solo afecta a un pequeño círculo. Antes esa acción debía corresponderse con lo que se esperaba de ellos. Hoy los héroes son inesperados.
-¿Y eso cómo nos afecta?
-Los héroes han cambiado de traje, son como nosotros. La literatura se empeña en demostrar que todo el mundo se considera héroe. Es una de las grandes victorias del individualismo contemporáneo, que pensemos que cualquiera puede ser un héroe si las circunstancias se dan. No es cierto, pero esa es la idea dominante, y resulta un poco deprimente.
-La crítica le considera heredero de un universo literario que va de Balzac y Dumas a Zola, pero pasando sus personajes por la picaresca. ¿Lo siente así?
-Compararme con los grandes del siglo XIX es muy cruel porque me envejece por un lado y por el otro me hace arrogante. No quiero parecer pretencioso de ninguna manera. Dicho eso, la picaresca española me interesa. Nos vemos allá arriba tomó muchas cosas prestadas.
-Con este libro cierra la trilogía, pero cuando publicó Nos vemos allá arriba dijo que tenía un plan de seis novelas para contar la historia de un siglo. ¿Ha cambiado de opinión?
-Siempre cuesta hablar con gente con memoria. No he cambiado de opinión pero la trilogía está cerrada y estoy buscando la forma de proseguir con esa foto novelística del siglo, cómo relacionarla con las tres novelas ya escritas. Me gusta mucho como lector y es algo que admiro especialmente en Balzac, con esos personajes que han protagonizado un libro y aparecen inesperadamente en otros. No me estoy comparando con Balzac pero me gustaría mucho seguir ese modelo.
-¿Ya ha comenzado la siguiente novela?
-Sí, estoy ahora con una obra con una que transcurre entre 1948 y 1950.
-¿No volverá a la novela negra?
-No escribiré más novela negra, pero eso no significa que mi relación con los asuntos criminales haya acabado. Lo que no haré será más novelas con policías e investigadores y una trama en la que haya que desvelar quién ha cometido un crimen.
-Se rodó una película con Nos vemos allá arriba y harán otra con Los colores del incendio. ¿No ha recibido aún ninguna propuesta sobre El espejo de nuestras penas?
-El rodaje empezará en octubre. En cambio, creo que El espejo de nuestras penas es una película casi imposible por razones presupuestarias. El cine europeo no tiene hoy recursos para un filme con tantos extras, carros de combate, aviones, etc. Quizá para una serie de televisión y aún así me parece demasiado caro.
-Tengo curiosidad. ¿Escribirá sobre el Mayo del 68 o es un tema ya saturado?
-Lo es, igual que lo es la Primera Guerra Mundial, por eso me centré en la posguerra. No afronto los grandes acontecimientos de cara. No es mi estilo, y además ya están muy tratados. Me interesa más saber cómo se llegó a ese Mayo y qué consecuencias tuvo.